El último tren siempre para

Si no apretamos los pies y tensamos los músculos del cuerpo para convertirlo en encina vieja de erial calizo nos llevará el vendaval. O nos agostaremos en esas tardes estivales donde el fuego viene del cielo. Si no nos tapamos nos quemará la helada y el calendario nos transformará en estatuas de sal antes de tiempo. No nos podemos rendir, Zamora no puede tirar la toalla. Se lo debemos a nuestros padres, a nuestros abuelos, a los genes labrados en mil cuitas.

Zamora, ahora, parece hueco huero que espera losa prieta para ocultarse. Pero ya ni picapedreros ni enterradores quedan en Zamora, por eso estamos obligados a levantarnos y salir corriendo para que no nos coman los buitres. Vivimos en esa franja de añadido donde el corazón late por inercia, pero late. Vamos a aprovecharlo y agarrarnos con fuerza a los asideros.

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