¡Zamora también existe!

Añoro ese pueblo grande llamado Zamora que se nutre de la población de sus pueblos pequeños venida a la capital para afrontar el último tercio de su vida, con mejores condiciones que en la vieja casa de sus pequeñas aldeas. Allí continúan, no obstante, muchos que nacieron y morirán en el mismo lugar, observando el cielo que conocen a la perfección; ya decía Delibes: “si el cielo de Castilla es tan alto, es porque lo habrán levantado los castellanos de tanto mirarlo”; y así es, porque del aspecto de las nubes o de la luz que dimane del sol dependerá la cosecha: si llueve cuando ya estén nacidos los campos, pueden enfangarse y dar al traste con el esfuerzo de la plantación pero, si el agua llega en el momento deseado, ayudada por un sol que abrigue el cereal naciente, puede haber una buena recogida.

Muchos de los agricultores que se han trasladado a la ciudad miran aún este cielo, para ellos tan diferente, e incluso alguno me ha dicho que la capital les abruma, se les hace demasiado grande, con más gente de la que están acostumbrados; porque siguen pensando en la soledad de sus pueblos, y aquí se sienten forasteros, pese a que dispongan de comodidades de las que allá carecían.

Hay quienes han venido a ingresar en una residencia de mayores porque sus precarias condiciones en el pueblo les hacían imposible continuar sin unos cuidados continuos; así que los hijos llevan a sus padres a la capital, ya sea a sus propias casas o, si las circunstancias son otras, a pasar sus últimos días en una residencia. “Allí estarán bien -les dicen-, tienen actividades, conocen a otras personas y les mantienen todo el día ocupados”.

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